sábado, 29 de agosto de 2009

La vasija agrietada

Un campesino tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y llevaba encima de los hombros para cargar agua cada día. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba todo el agua al final del largo camino que habñia desde el arroyo a la casa del campesino. Sin embargo, la vasija rota llegaba con la mitad del agua que cargaba.

La vasija perfecta estaba muy orgullosa de cumplir con el fin para el que estaba destinada. La tinaja agrietada, por el contrario, estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía llegar con la mitad del agua, y suponía que su obligación era llegar con toda el agua. Un día, al volver del arroyo, le dijo al campesino:

- Estoy avergonzada y quiero disculparme, porque debido a mis grietas sólo puedes llegar a casa con la mitad del agua, y dispones de la mitad de la que deberías tener.

Pero él le respondió:
- Cuando regresemos a casa, quiero que te fijes en las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

La vasija vio, en efecto, que multitud de flores hermosas crecían a lo largo de todo el trayecto, pero continuó sintiéndose muy triste porque al llegar a casa solo había transportado, como de costumbre, la mitad del agua. El campesino le dijo entonces:

- ¿Te has dado cuenta? Las flores solo crecen en tu lado del camino. Yo ya tenía conocimiento de tus grietas y me aproveché de ello: sembré semillas de flores a lo largo de todo el camino por donde vas y todos los días las has regado, y yo he podido recogerlas y entregárselas a mi preciosa y querida esposa. Si no fueras exactamente como eres, con todos tus defectos, no hubierasido posible crear esta belleza.

Regalo sorpresa

Un joven estudiante estaba a punto de acabar la carrera en la universidad. Le encantaban los coches, sobre todo los rápidos deportivos, y hacía tiempo que quería tener uno. Como sabía que su padre podía comprárselo, le dijo que era lo único que quería como premio al graduarse. Cada día esperaba ansioso una señal de que su padre le había comprado el coche.

Finalmente, el día que supo que había aprobado todo, el padre lo llamó y le dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno y aplicado y lo mucho que le amaba. El padre tenía en sus manos una hermosa caja que le tendió con una sonrisa. Curioso y decepcionado por el tamaño de la caja, el joven la abrió y encontró una Biblia con tapas de piel y su nombre grabado en oro. El joven enojado, le gritó a su padre:
– ¿¡Con todo el dinero que tienes y lo único que me das es esta Biblia!?
Y dando un portazo, se fue de casa.

Pasaron muchos años durante los cuales el muchacho se convirtió en un hombre de negocios con mucho éxito. Tenía una gran casa, una hermosa mujer a la que amaba y dos preciosas hijas. Los años también pasaron para su padre, que era ya un anciano muy enfermo. Entonces, pensó en visitarlo: no había vuelto a verlo desde el día de su graduación. Pero, el mismo día que pensaba ir a verlo, recibió una llamada: su padre había muerto y él había heredado todas sus posesiones.

Tenía que ir urgentemente a casa de su padre para arreglar todos los trámites de la herencia. Cuando llegó, empezó a buscar documentos importantes y, en uno de los cajones, encontró la Biblia que hacía años su padre le había querido regalar. Con lágrimas en los ojos, comenzó a hojear sus páginas. Cuidadosamente, su padre había subrayado una frase en Mateo 7, 11: «Y si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más nuestro Padre celestial dará a sus hijos aquello que le pidan».

Mientras lo leía, un sobre cayó de la Biblia al suelo. Lo cogió, lo abrió y dentro encontró unas llaves de coche y la factura de un concesionario. En ella estaba escrita la fecha del día en que terminó su carrera y las palabras: «Totalmente pagado».

El rico pobre

Un día, el padre de una familia muy rica llevó a su hijo al campo para que viese lo pobres que eran los que allí vivían. Después de pasar un día y una noche en casa de una familia de campesinos que residía en una humilde casita, mientras regresaban en coche a casa, el padre le preguntó a su hijo:
– ¿Has visto lo pobre que puede llegar a ser la gente?
– ¡Sí, papá! – respondió el niño
– ¿Y qué has aprendido del viaje?

El niño reflexionó un instante y respondió a continuación:
– Aprendí que nosotros tenemos un perro y ellos tres perros, un gato y dos vacas. Que nosotros tenemos una piscina y ellos un río. Que nosotros tenemos en el patio unas lámparas compradas y ellos tienen las estrellas. Que nosotros tenemos un jardín que llega hasta un muro y ellos tienen el campo.

Y añadió:
– Gracias, papá, por enseñarme lo pobres que somos.