Había una vez un hombre que no quería cargar con su cruz. Se quejaba continuamente a Dios porque creía que su cruz era muy pesada y muy difícil de llevar. Entonces Dios le llevó a un monte lleno de cruces de madera de todos los tamaños y formas: con nudos, lisas, grandes, astilladas, pulidas... de todo tipo. El Señor le dijo:
-¿Ves todas estas cruces? Ya que no queres cargar con la tuya, escoge la que quieras para cargarla sobre tus hombros.
El hombre fue caminando entre las cruces. Había muchísimas y no sabía cuál escoger. Al principio, vio algunas que parecían impecables, pero si se fijaba descubría algún muñón o astilla. Después de pasear entre muchas cruces vio una de tamaño medio, muy bien pulida. Pensó que si llevaba esa le iba a pesar muy poco, mucho menos que la que había llevdo hasta entonces. Y le dijo al Señor que quería llevarse aquella.
-¿Seguro que quieres llevarte esa y no otra? - le preguntó Dios, y el hombre asintió.
Entonces el Señor le explicó que la cruz que acababa de escoger era la misma que tenía antes y, comparada con las que había en el monte, era la más ligera y, teniendo a Dios, la más fácil de llevar.
-¿Ves todas estas cruces? Ya que no queres cargar con la tuya, escoge la que quieras para cargarla sobre tus hombros.
El hombre fue caminando entre las cruces. Había muchísimas y no sabía cuál escoger. Al principio, vio algunas que parecían impecables, pero si se fijaba descubría algún muñón o astilla. Después de pasear entre muchas cruces vio una de tamaño medio, muy bien pulida. Pensó que si llevaba esa le iba a pesar muy poco, mucho menos que la que había llevdo hasta entonces. Y le dijo al Señor que quería llevarse aquella.
-¿Seguro que quieres llevarte esa y no otra? - le preguntó Dios, y el hombre asintió.
Entonces el Señor le explicó que la cruz que acababa de escoger era la misma que tenía antes y, comparada con las que había en el monte, era la más ligera y, teniendo a Dios, la más fácil de llevar.
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