martes, 27 de noviembre de 2012

Carta a Dios

Querido Dios:
Hoy salí temprano a caminar. A cada paso  pensaba: "A veces  andamos al borde del precipicio por ti, Señor y a menudo no sabemos qué hacer. Sólo caminamos y caminamos, pensando en tu Amor,  tu presencia.  ¿Qué quieres de nosotros?"
De pronto nos sumerges en un mundo en el que no deseamos estar. Es un lugar oscuro, lleno de dificultades.  Parece que no hay amor, ni esperanza a nuestro alrededor. Son situaciones a las que no hayamos salidas. Cada vez que te lo digo, siento que me respondes: “Sigue caminando”.
No imaginas la cantidad de personas que me cuentan sus problemas. Acuden a mí tal vez por haber leído uno de mis libros. Viven rodeados de oscuridad. Suelo impresionarme.  Y me pregunto: “¿Por qué lo permites? ¿Por qué ese sufrimiento?”
Hace muchos años decidí dejar de cuestionarte y dedicarme a confiar. ¿Cómo podríamos comprenderte nosotros que somos simples mortales? Pero la verdad es que no siempre he podido quedarme tranquilo y confiar.
Hoy es uno de esos días en que me llené de inquietudes.  Curiosamente mientras caminaba me pareció encontrar las respuestas. 
Todas estas personas, por estar sumergidas en sus problemas olvidaron algo fundamental, lo que realmente son: “Hijos tuyos. Portadores de tu Amor. Mensajeros de la Esperanza”. Es un sello que nunca perdermos.
Somos pequeñas luces que colocas en estos terribles lugares, para iluminarlos. No nos damos cuenta, acongojados por las dificultades.
Deseas que te llevemos a los demás, que seamos tus brazos, tus pies, tu voz. Si tuviesemos conciencia de lo que esperas de nosotros, todo sería más sencillo. Podríamos perdonar y amar. Abrazar al necesitado. Tal vez necesitamos la certeza de un propósito para acoger la esperanza y esparcirla por el mundo.
No sé para qué te cuento estas cosas. De pronto hallé en mi Biblia la respuesta y terminé de comprender:
“Vosotros sois la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte?  Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa.  Haced, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5, 13-16).
Siempre recuerdo aquella joven que una mañana se presentó a mi oficina para entregarme su renuncia. “¿Alguien te ha tratado mal?”, le pregunté sorprendido.  “Al contrario”, respondió, “todos han sido muy buenos conmigo”. “Entonces, ¿por qué te marchas?”, le pregunté sin entender.
Sonrió con entusiasmo y dijo: “Es que voy tras un ideal. Quiero gastar mi vida en algo grande, que realmente valga la pena”.
Años después la encontré a la salida de Misa y le pregunté: “¿Valió la pena?”  Estaba radiante y respondió emocionada: “Lo haría mil veces más si volviese a nacer.  Siempre vale la pena vivir para Dios”. 
La respuesta ahora es evidente.  Debemos  ser la luz que ilumine a los demás. Mostrarles el camino para llevarlos a ti.
Pero, somos una vela débil, tenue, ¿cómo lograr que vuelva a brillar?
"Es muy fácil: recupera la gracia.  Ten vida de oración. Haz buenas obras.
 Vive en Mí... y Yo seré tu luz".
 Testimonio de Claudio de Castro

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pienso k nosoy. Lapersona indicada para desir esto pero al fundía Lo en tenderan se k lavida la vivimos una ves. Pero no lavivimos con fe y amor se q noscuesta ser amoroso t cariñosos pero dense el privilejio de esperimentarlo por k luego ay muchos arepentimientos k no los podrán pasar en sus vidas y Lo triste detodo es vivir con el sentimiento de no serlo yo no soy perfecto pero entiendo muchas cosas de lavida y kisiera espresar esto .R.H.G .............. Por siempre dios