viernes, 5 de abril de 2013

Pascua constante

¡Éste es el día que el Señor ha hecho para nosotros! El día de un gran testimonio y de un gran reto. El día de la gran respuesta de Dios a los continuos interrogantes del hombre...
 
Ha sido inmolada nuestra victima pascual: Cristo (1Cor 5,7). Pascua, esto es, paso: paso de Dios a través de la historia del hombre.
 
¿Estamos dispuestos a resucitar constantemente de entre los muertos a la vida que está escondida con Cristo en Dios? ¿Estamos dispuestos a buscar la plenitud de “nuestra” vida en Cristo crucificado y resucitado?
 
Cristo resucitó en un determinado momento de la historia, pero aún espera resucitar en la historia de innumerables hombres, en la historia de los individuos y en la de los pueblos.
 
Esta es una resurrección que supone la cooperación del hombre, de todos los hombres. Pero es una resurrección en la cual se manifiesta siempre una oleada de esa vida que surgió del sepulcro una mañana de Pascua hace ya tantos siglos.
 
Dondequiera que un corazón, superando el egoísmo, la violencia y el odio, se inclina con un gesto de amor hacia el necesitado, allí Cristo resucita hoy de nuevo.
 
Dondequiera que en empeño operante por la justicia emerja una verdadera voluntad de paz, allí retrocede la muerte y se consolida la vida de Cristo.
 
Dondequiera que muera quien ha vivido creyendo, amando y sufriendo, allí la resurrección de Cristo celebra su victoria definitiva.
 
La última palabra de Dios sobre las vicisitudes humanas no es la muerte, sino la vida; no es la desesperación, sino la esperanza.
 
La Iglesia invita a esta esperanza también a los hombres de hoy. A ellos les repite el anuncio increíble y, no obstante, verdadero: 
¡Cristo ha resucitado! ¡Que todo el mundo resucite con él! ¡Aleluya!
Beato Juan Pablo II

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