sábado, 21 de diciembre de 2013

Preparando un pesebre...

Un hombre decidió hacer del tiempo de Adviento su propio camino físico además de espiritual y emprendió un viaje. Llegó a una tierra en la que quedó maravillado de la belleza de los campos, los arroyos, la luz del sol sobre el paisaje. Habiendo avanzado por allí vio una población. Comenzó a distinguir las casitas del pueblo, sencillas, coloridas y con las puertas abiertas de par en par.

Para su sorpresa, de una de ellas salieron tres hermanitos que le recibieron llenos de alegría en su casa. El viajero se hospedó en casa de esta familia, de la que aprendió a hornear el pan, trabajar la tierra, ordeñar las vacas… Había una cosa que le llamaba especialmente la atención de la rutina familiar: en ocasiones, tanto el padre como la madre o los hijitos se acercaban a una pequeña mesa en la que habían colocado las figuras de la Virgen María, san José, una mula y un buey, y con delicadeza colocaban un trocito de paja entre María y José. Así, cuando la Navidad se aproximaba, el colchoncito de paja iba aumentando y haciéndose más mullido.

Cuando le llegó al viajero el momento de partir, la familia le dio pan recién horneado y leche, lo abrazaron y se despidieron de él. Saliendo por la puerta, preguntó:
-¿Por qué ibais dejando esas pajitas a los pies de María y José?

Ellos sonrieron y el niño más pequeño le contestó:
-Cada vez que hacemos algo con amor, buscamos una pajita y la llevamos al pesebre, preparándolo para que cuando llegue Jesús, María tenga un lugar para recostarlo. Si amamos poco, el colchón será pobre, delgado y frío, pero si amamos mucho tendrá un lugar cálido y bueno para estar.

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