lunes, 20 de enero de 2014

La jaculatoria

Había un hombre buenísimo, pero muy desgraciado. Cuanto emprendía le salía mal, y mientras con más fervor le rogaba a Dios todos los días cuando iba a misa para el logro de sus peticiones, más adversa le era la fortuna. Su mujer, y después sus hijos, enfermaron; rogó al Señor con sumo fervor los sanara, y se murieron; tuvo un pleito, del que pendía toda su fortuna; pidió al Señor con angustia el ganarlo, y lo perdió. Pero lejos de agriarse ni que decayese su devoción, se dijo:
-Está visto que el Señor no quiere que yo le pida nada; cúmplase su santa voluntad; no volveré a pedirle nada de cosas terrenas.

Y así fue, porque siempre que acababa de oír misa, se postraba ante la imagen del Señor a adorarle, sin decir más que «¡Señor, aquí está Juan!». Así siguió mientras duró su santa y desgraciada vida, repitiendo todos los días, postrado ante el altar: «¡Señor, aquí está Juan!». Murió tranquilamente, y al llegar su alma al cielo repitió su humilde jaculatoria : «¡Señor, aquí está Juan!». Y al momento las puertas se abrieron de par en par.

Fernán Caballero

2 comentarios:

Anónimo dijo...

publica más entradas que esta ya cheira.

María CVG dijo...

Estimado "Anónimo", gracias por tu opinión, clave en la contribución a la mejora de este espacio. Además, aceptamos colaboraciones.