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lunes, 17 de abril de 2017

Plantas en el jardín

Salió el señor de la casa a pasear por el jardín y para su sorpresa descubrió que todas las plantas estaban muriéndose, desde los árboles más altos a los arbustos y las flores. Preguntó al roble qué le sucedía, y contestó que se moría porque no había podido llegar a ser tan alto como el pino. Extrañado, se volvió hacia el pino, que estaba igualmente caído; el pino le dijo que había intentado dar uvas como la vid, pero no lo había logrado. Asombrado por tal respuesta, acudió a la vid, pero no estaba en mejor estado: echada por tierra, la vid le dijo al dueño del jardín que se estaba muriendo porque no podía florecer como la rosa. Acudiendo a la rosa, la halló llorando porque jamás sería tan alta y sólida como el roble.

Abatido ante este panorama, el señor de la casa agachó la cabeza y bajó la vista. Fue entonces cuando encontró una pequeña planta de fresa que florecía radiante, hermosa y fresca.
- ¿Cómo es que creces saludable y alegre en medio de este jardín mustio?- preguntó.

- No lo sé -respondió ella-, pero quizá es porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresas. Supongo que si hubieras querido un roble habrías plantado un roble, o que si buscabas rosas habrías esparcido la semilla de un rosa. A mí me plantaste como fresa, y por ello intento ser fresa de la mejor manera que pueda, disfrutando mi condición y floreciendo

viernes, 21 de marzo de 2014

¡No sé quién soy, porque soy diferente al resto!

En algún lejano país existía un bellísimo jardín con árboles frutales de todos los tipos y arbustos, poblado de flores, donde por entre las altas copas de los manzanos, perales y naranjos, asomaban rayos de sol que relucían entre los pétalos de rosas, claveles y margaritas.

Era, como se puede suponer, un jardín que desbordaba alegría. Todos los árboles y plantas del jardín relucían y se exhibían contentas de su naturaleza..., excepto un árbol, profundamente triste, que no sabía quién era. El naranjo le decía:
-Lo que te falta es concentración. Debes intentar firmemente producir naranjas tan exquisitas como estas mías.

-No le hagas caso -le conminaba el rosal-: es mucho más sencillo hacer crecer rosas, ¡y podrás disfrutar de su belleza!

El pobre arbolito intentaba todo cuanto le sugerían, pero lo único que conseguía era frustrarse al no lograr ser como los demás.

Cierto día se posó sobre sus ramas la más sabia de las aves: el búho.
-¿Qué te sucede? -preguntó al ver su desesperación

-No soy capaz de ser como los demás -respondió abatido el aludido-. Intento lo que me dice el manzano, lo que las hortensias me proponen..., pero no hay modo de que encuentre mi naturaleza, de que salga de mí lo que realmente soy. ¡No sé quién soy!

-No te preocupes -replicó el búho-, tu problema es el mismo que el de muchísimos  seres sobre la Tierra... La solución es la siguiente: no dediques tu vida a ser como los demás quieren que seas. Sé tú mismo. Cónocete. Abre el corazón y el oído y sabrás quién debes ser, quién eres.

Y el árbol al fin comprendió. Abrió el corazón y los oídos, y escuchó dentro de sí una voz que le decía: "Tú jamás darás naranjas porque no eres un naranjo; no florecerás en primavera porque no eres un rosal; no darás manzanas como hace manzano porque no es esa tu naturaleza... Tú eres un roble, y tu misión es crecer grande y majestuoso, dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, y belleza al paisaje".

sábado, 7 de julio de 2012

La rosa y el sapo

En un gran jardín había una rosa roja, hermosísima, que sabía de su belleza y se deleitaba en ella. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía desde lejos. Preguntándose cómo no se acercaban a admirarla, halló la respuesta percatándose de que a su lado solía ponerse un sapo grande y oscuro. Indignada ante tal descubrimiento, decidió ordenarle al sapo que se alejara inmediatamente. El sapo acató el mandato diciendo:
-Está bien; si deseas que me vaya, me voy.

Un tiempo después, el sapo pasó por delante de la rosa y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y con los pétalos deteriorados.
-¿Qué te ha sucedido? -le preguntó.

La flor contestó:
-Desde que te fuiste, multitud de insectos me han ido comiendo y deteriorando día a día, y no he vuelto a ser igual.

-Claro -contestó el sapo-. Cuando yo estaba aquí me comía los insectos; por eso eras siempre la más bella del jardín.