Cierto día, paseaban por el bosque un padre con su hijo.El padre se detuvo en una curva y le preguntó al niño:
- Hijo mío, ¿qué oyes?
- Oigo a los pájaron cantar en los árboles -respondió el aludido.
- ¿Escuchas algo más?
El hijo aguzó el oído y contestó un instante después:
- Oigo también el ruido de una carroza.
- Efectivamente -dijo el padre-. Es una carroza vacía.
- ¿Cómo sabes que está vacía, si sólo oyes el ruido? -preguntó el niño.
- Es muy fácil saberlo: cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace.
Ese niño creció y se convirtió en adulto, y hasta hoy, cuando ve a una persona hablando demasiado, interrumpiendo inoportunamente a los demás, presumiendo, siendo prepotente... le parece de nuevo oír la voz de su padre: «Cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace».
- Hijo mío, ¿qué oyes?
- Oigo a los pájaron cantar en los árboles -respondió el aludido.
- ¿Escuchas algo más?
El hijo aguzó el oído y contestó un instante después:
- Oigo también el ruido de una carroza.
- Efectivamente -dijo el padre-. Es una carroza vacía.
- ¿Cómo sabes que está vacía, si sólo oyes el ruido? -preguntó el niño.
- Es muy fácil saberlo: cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace.
Ese niño creció y se convirtió en adulto, y hasta hoy, cuando ve a una persona hablando demasiado, interrumpiendo inoportunamente a los demás, presumiendo, siendo prepotente... le parece de nuevo oír la voz de su padre: «Cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace».
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