Cierto día, un campesino pobre iba andando por el bosque de regreso a casa con un saco de maíz que había recogido. Era lo único que tenía para comer, y por el camino iba lamentándose de su pobreza y de la mala cosecha.
De repente oyó un trote de caballería, y de entre los matorrales salió un noble señor acompañado de sus súbditos, en toda su magnificencia. El campesino se alegró interiormente, pensando: "¡Seguro que ahora este poderoso señor terminará con mi pobreza y me colmará de riquezas!".
El noble bajó de su caballo y se acercó al sonriente campesino. Sin embargo, para su sorpresa, lo que hizo fue preguntarle:
- ¿Qué tienes para darme?
El otro, anonadado, sólo acertó a decir:
-¿Qué?
- ¿Qué me ofreces? - repitió el caballero.
El pobre campesino, cabizbajo, todas sus esperanzas frustradas, metió la mano en el saco y sacó un único grano de maíz (no fuese a ser que aún se quedara sin comer) que le tendió al señor. Este, sin decir nada, subió de nuevo a su caballo y reemprendió la marcha.
Al llegar a su casa, el campesino vació su saco y encontró un grano de maíz de oro macizo. Echándose las manos a la cabeza, se lamentaba:
- ¿¡Por qué no le habré dado todo el maíz!?
De repente oyó un trote de caballería, y de entre los matorrales salió un noble señor acompañado de sus súbditos, en toda su magnificencia. El campesino se alegró interiormente, pensando: "¡Seguro que ahora este poderoso señor terminará con mi pobreza y me colmará de riquezas!".
El noble bajó de su caballo y se acercó al sonriente campesino. Sin embargo, para su sorpresa, lo que hizo fue preguntarle:
- ¿Qué tienes para darme?
El otro, anonadado, sólo acertó a decir:
-¿Qué?
- ¿Qué me ofreces? - repitió el caballero.
El pobre campesino, cabizbajo, todas sus esperanzas frustradas, metió la mano en el saco y sacó un único grano de maíz (no fuese a ser que aún se quedara sin comer) que le tendió al señor. Este, sin decir nada, subió de nuevo a su caballo y reemprendió la marcha.
Al llegar a su casa, el campesino vació su saco y encontró un grano de maíz de oro macizo. Echándose las manos a la cabeza, se lamentaba:
- ¿¡Por qué no le habré dado todo el maíz!?
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