Un hombre de 92 años, bajo, muy bien vestido, se está cambiando a una casa de ancianos hoy. Su esposa de 74 años acababa de morir, y él se vio obligado a dejar su hogar.
Después de esperar varias horas en la recepción, gentilmente sonríe cuando le dicen que su cuarto está listo. Conforme camina lentamente hacia el ascensor, usando su bastón, la joven que lo acompaña le describe su cuarto, incluyendo la hoja de papel que sirve como cortina en la ventana.
- Me gusta mucho -dice, con el entusiasmo de un niño de 8 años que ha recibido una nueva mascota.
- Señor, usted aún no ha visto su dormitorio. Espere un momento, ya casi llegamos.
-Eso no tiene nada que ver -contesta-. La felicidad la elijo yo por adelantado. Si me gusta o no la habitación no depende del mobiliario ni de la decoración, sino de cómo decido verla, y ya he decidido que me gusta mi cuarto. Es una decisión que tomo cada mañana cuando me levanto. Yo puedo escoger: puedo pasar mi día enumerando todas las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que no funcionan o puedo levantarme y dar gracias a Dios por aquellas que todavía trabajan bien. Mientras pueda abrir mis ojos, procuraré ver el nuevo día como lo que es: un regalo.
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