Suelo, en medio del
silencio preguntarle:
-¿Dónde estás, Señor?
Y me parece que responde:
-Aquí, a tu lado, donde siempre he estado.
Estoy por cumplir 55
años. Miro a mi alrededor, pero no veo el mundo, ni a las personas, ni los
edificios, ni las calles o los autos. Veo a Dios. Y a través de Él, veo
el mundo, a las personas, la naturaleza.
Reconozco que Dios
siempre ha estado presente en mi vida, aunque no siempre lo comprendí.
En dos ocasiones me he percatado de su presencia. La primera fue una enseñanza, como las que Él suele dar en su pedagogía. Recuerdo que iba a Misa y afuera de la Iglesia se encontraban algunas personas de las que suelen pedir limosnas. Una de ellas me reconoció y se sentó a mi lado. Me incomodé y no supe qué hacer. Sentí deseos de cambiar de banca pero me quedé donde estaba. Luego de la comunión saqué mi librito de oraciones y le dije al Señor: “¿Qué puedo hacer por ti?”. Escuché una respuesta certera en el corazón. “Me tienes a tu lado. ¿Qué harás por mí?” Miré aquél hombre enfermo que dormía en las calles y comprendí mi grave error. Recordé entonces este versículo de la Biblia: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (!Jn 4, 20)
En dos ocasiones me he percatado de su presencia. La primera fue una enseñanza, como las que Él suele dar en su pedagogía. Recuerdo que iba a Misa y afuera de la Iglesia se encontraban algunas personas de las que suelen pedir limosnas. Una de ellas me reconoció y se sentó a mi lado. Me incomodé y no supe qué hacer. Sentí deseos de cambiar de banca pero me quedé donde estaba. Luego de la comunión saqué mi librito de oraciones y le dije al Señor: “¿Qué puedo hacer por ti?”. Escuché una respuesta certera en el corazón. “Me tienes a tu lado. ¿Qué harás por mí?” Miré aquél hombre enfermo que dormía en las calles y comprendí mi grave error. Recordé entonces este versículo de la Biblia: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (!Jn 4, 20)
La
segunda vez fue diferente. Conducía el auto y de pronto advertí una ternura
inmensa que me inundaba. No sabía qué ocurría. Rebasaba mis fuerzas. Era tanta
que me llenó el alma con un sentimiento inesperado y empezó a brotar de mí el
deseo de abrazar al pobre, al necesitado, a todos. Fue una experiencia
arrolladora que no comprendí. “¿Qué es esto?”, me preguntaba.
No
quería que terminara, ni deseaba pensar en nada más. Dios se había apoderado de mí. Y no deseaba
que se fuera. Me habría gustado ir a una montaña, sentarme sobre una piedra a
la distancia y quedarme en silencio, sumergido en aquél abrazo paternal.
Pasé
varias semanas tratando de comprender, pensado qué había hecho para merecer
esta gracia. Quería repetirla y no podía.
Tiempo
después de la misma forma inesperada volvió a ocurrir. Esta vez sabía lo que
era: Dios que pasa y va transformando todo con su Amor.
En
esos momentos infinitos comprendí muchas cosas: la gratuidad de Dios, su amor
inmenso por nosotros sus hijos, su deseo como Padre que confiemos y lo amemos. Que amemos a nuestros semejantes,
que lo reflejemos en los más necesitados de una palabra, una sonrisa, un gesto
tierno, una voz de aliento.
Aquellas
experiencias me marcaron de por vida.
Dios, que es amor, deseaba nuestro amor.
No siempre he logrado comprender a Dios, pero siempre lo he sabido a mi lado.
Todavía suelo preguntarle:
- ¿Dónde estás, Señor?
Y Él sigue respondiendo:
- Aquí, a tu lado, donde siempre he estado.
Testimonio de Claudio de Castro
EFEB8QB85GKZ
1 comentario:
Las dos experiencias son impresionantes, y aunque extraordinarias no por eso increibles. La paternidad de Dios hace posible gratuitamente acercarnos a Él cuando en su infinito amor somos capaces de decir SI de corazón abierto cuando se nos manifiesta. Siempre está, aunque no lo veamos, siempre está.
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