viernes, 24 de septiembre de 2010

El silencio de Dios

Cuenta una antigua leyenda noruega que un hombre llamado Haakon cuidaba de una ermita situada en lo alto de un monte. A ella acudían muchos fieles para orar con devoción. En la ermita había una gran cruz de madera muy antigua, y multitud de personas acudían para pedir un milagro.

Un día, el ermitaño Haakon, impulsado por un sentimiento generoso, quiso pedir un favor. Arrodillándose ante la cruz, dijo:
- Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu lugar en la cruz.

Y entonces, el Señor habló:
- Así sea, Haakon, pero has de cumplir una condición: suceda lo que suceda, has de guardar siempre silencio.

El ermitaño contestó:
- ¡Sí, Señor, estoy dispuesto!

Y cambiaron los puestos. Nadie reconoció a Haakon colgado en la cruz, quien, por largo tiempo, cumplió la promesa. Jamás decía nada.

Sucedió un día que un rico, después de orar allí, se olvidó la cartera, llena de dinero, pero Haakon no dijo nada. Tampoco habló cuando un pobre, apenas un rato después, llegó allí y cogió la cartera del rico. Más tarde esntró un muchacho, que, postrado en el altar, pedía a Dios su gracia para emprender un largo viaje. Mas en ese momento regresó el rico en busca de la cartera. Como no la encontró, pensó que el joven se la había robado y arremetió furioso contra él.

Entonces, Haakon no soportó más la situación y gritó desde la cruz:
- ¡Detente! - y, defendiendo al joven, increpó al hombre rico explicándole la situación.

Este, sorprendido, salio de la ermita. Poco después se retiró el joven también, pues debía emprender aquel importante viaje.

Cuando la ermita quedó a solas, Cristo se dirigió al ermitaño y le dijo:
- Baja de la Cruz. No has sabido ocupar mi puesto al no guardar silencio.

- Pero, Señor, ¿cómo iba a permitir semejante injusticia?

Jesús subió de nuevo a la cruz y habló así a Haakon:
- Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero. En cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le impedirían realizar el viaje en un barco que acaba de zozobrar y en el que ha perdido la vida. Tú no lo sabías. Yo sí; por eso callo.

Y el Señor nuevamente guardó silencio

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