miércoles, 18 de enero de 2012

Mi pequeño Jesús en el Sagrario

Siempre he pensado en Jesús, escondido en el Sagrario. Me detengo a reflexionar qué hace allí todo el tiempo. Cómo es posible que se quede inmóvil en una Hostia Santa, dispuesto a aceptar lo que hagamos con ella. Ser adorado, movido, llevado a otro lado, ultrajado. Él calla y lo acepta todo. 

Recuerdo que una vez fui a visitarlo y le pregunté:
- ¿Qué haces aquí todo el tiempo?
Y me pareció que respondía con una palabra: 
-Amar

Por algún motivo lo he pensado como un niño que espera a sus amigos para compartir con ellos su tiempo. Y se ilusiona y se emociona con sus visitas.  Es como un pequeño que espera los invitados a su cumpleaños. A medida que van llegando crece su expectativa y su  felicidad.

Me gusta pensarlo así y que me vea como el niño que era y que solía visitarlo en aquella hermosa capilla frente a mi casa. Eran mañanas de mucho sol, corría una deliciosa brisa marina y el mundo era diferente, más sencillo. Disfrutaba muchísimo cruzar la calle y pasar largos ratos con Él. Era mi mejor amigo. Y yo con mi corazón puro y mi mente infantil, tenía la certeza de que me esperaba todos los días para estar conmigo.

Cuando crecí me entretuve con los estudios y descuidé a mi gran amigo, mi amigo del alma.

Con el tiempo nos hemos reencontrado y nuestra amistad se ha renovado. 

He  comprobado las muchas gracias que uno recibe cuando lo visita. Él nunca se cansa de consentirnos y llenarnos de esperanza. Le encanta que lo visiten. Por eso cuando alguien me viene a ver con un problema encuentro la solución más práctica y le recomiendo:
- Visita a Jesús en el Sagrario

Los he visto regresar a verme asombrados, maravillados por cambio tan impresionante que han experimentado luego de ver a Jesús. Hace dos días tuve un sueño. Jugaba en el parque frente a mi casa. Del otro lado, en aquella capilla, Jesús se asomaba como un niño  y me veía jugar y se preguntaba cuándo iría a verlo.  Estaba ilusionado pensando que me acordaría de él. Y no siempre fue así... ¡Cuánto lo lamento!

Hoy le visité en una capilla que está a la vuelta de mi trabajo. Ya no soy el aquel niño, pero entré imaginando que lo era y  sentí que se alegraba cuando me vio llegar.

- Llegaste- casi exclama-, te esperaba.

Y nos quedamos un largo rato charlando, como en aquellos días, contándonos historias, compartiendo nuestras aventuras.

Y Jesús sonreía feliz, contento, emocionado… mientras  me escuchaba hablar.

Claudio de Castro

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bonito el mensaje, la verdad deja un gran mensaje que ver. felicito a esta persona, sigas asi adelante y dando esos mensajes que llegan al alma