Cierto día, una niña pequeña entró en una joyería, muy ilusionada. Pidió ver el collar de amatistas que estaba expuesto en el escaparate. El dueño del negocio, que se hallaba tras el mostrador, la miró desconfiado y preguntó si tenía con qué pagarlo. Ella respondió:
-Por supuesto, he traído todos mis ahorros.
El joyero, aún dudando de si los ahorros de la chiquilla llegarían para abonar todo el importe del collar, le pidió por favor si podía mostrarle cómo pagaría la joya.
La pequeña sacó un pañuelito atado y lo desanudó con cuidado. Había apenas unas monedas que la niña mostraba con orgullo. Antes de que el dueño del establecimiento pudiera decirle algo, ella explicó:
- Verá, es que hoy es el cumpleaños de mi hermana mayor. Desde que murió mamá, ella siempre cuida de nosotros, tiene que trabajar todo el día y no tiene casi tiempo para ella. Quería comprarle el collar porque creo que le hará mucha ilusión; mamá siempre llevaba uno muy parecido.
El joyero, sin decir nada, dijo a la dependienta que envolviese el estuche con el collar, se lo entregó a la chiquilla y le aconsejó que lo llevase con cuidado. Mientras la niñita marchaba feliz, la dependienta observó los ojos humedecidos del dueño del negocio, que la contemplaba llevando el paquete calle abajo, y preguntó cuánto había pagado la pequeña por la joya.
- Esa niña pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar -respondió el joyero-. Ella dio todo lo que tenía.
-Por supuesto, he traído todos mis ahorros.
El joyero, aún dudando de si los ahorros de la chiquilla llegarían para abonar todo el importe del collar, le pidió por favor si podía mostrarle cómo pagaría la joya.
La pequeña sacó un pañuelito atado y lo desanudó con cuidado. Había apenas unas monedas que la niña mostraba con orgullo. Antes de que el dueño del establecimiento pudiera decirle algo, ella explicó:
- Verá, es que hoy es el cumpleaños de mi hermana mayor. Desde que murió mamá, ella siempre cuida de nosotros, tiene que trabajar todo el día y no tiene casi tiempo para ella. Quería comprarle el collar porque creo que le hará mucha ilusión; mamá siempre llevaba uno muy parecido.
El joyero, sin decir nada, dijo a la dependienta que envolviese el estuche con el collar, se lo entregó a la chiquilla y le aconsejó que lo llevase con cuidado. Mientras la niñita marchaba feliz, la dependienta observó los ojos humedecidos del dueño del negocio, que la contemplaba llevando el paquete calle abajo, y preguntó cuánto había pagado la pequeña por la joya.
- Esa niña pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar -respondió el joyero-. Ella dio todo lo que tenía.
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