Cierto día de diciembre, en casa de un matrimonio muy adinerado, llamaron a la puerta. Cuál fue la sorpresa de la mujer de la casa cuando se encontró frente a un ángel.
- Esta Navidad, Jesús va a venir a cenar a vuestra casa -dijo, y desapareció.
Nada le dio tiempo a decir a la mujer que, emocionada ante la idea de ver sentado a su mesa a Nuestro Señor, se puso enseguida a hacer los preparativos. Compró manjares sabrosos y bebidas espumosas; salmón, carnes, frutas exóticas, champán, tartas, turrones y mazapanes; exquisitas viandas de lujo.
La esperada Nochebuena llegó, y la mujer se puso a cocinar toda la tarde para que todo quedase perfecto y tan especial invitado viese lo bien que lo esperaban. Se encontraba haciendo una deliciosa salsa para la carne, cuando llamaron al timbre de la casa. Dejó la cocina y fue a abrir. Se encontró con una mujer indigente, embarazada y envuelta en harapos.
-Déme algo de dinero... Por favor, no tengo medios, no tengo nada, por favor, por favor...- suplicó con un hilo de voz.
- Ahora mismo estoy ocupada, vaya a pedirle a otro- contestó molesta, con tono rudo.
Cuando volvió a la cocina, pensando en lo inoportuno de aquella interrupción, ya se había enfriado la salsa. Enfadada, continuó el trabajo hasta terminar con la carne. ¡Qué plato tan suculento! Se puso entonces a hacer la tarta de chocolate. Estaba amasando harina, huevos y azúcar cuando llamaron de nuevo a la puerta. De mala gana, se acercó de nuevo y se encontró con un grupo de niños que, con un cancionero en la mano, se disponían a entonar un villancico si ella no les hubiese cortado:
- Niños, no tengo tiempo para villancicos, ¡estoy muy ocupada!
Los niños, algo amedrentados, aún le pidieron el aguinaldo navideño. La señora, pensando en lo descarados que eran semejantes mocosos, les cerró la puerta, airada. ¿Es que iba a tener que perder más tiempo?
Habían llegado las ocho, y ya sólo faltaba cortar el turrón. Estaba poniendo sumo cuidado en cortarlos del mismo tamaño cuando volvió a sonar el timbre; sobresaltada, partió mal el trozo de turrón. La mujer estaba que echaba humo. Fue a zancadas a la puerta y abrió de sopetón, encontrándose a un anciano demacrado vestido con una camisa raída y unos pantalones rotos acurrucado en el suelo. Parecía un saco de huesos de lo delgado que estaba, y sus ojos, hundidos en las cuencas, estaban rodeados de unas gruesas ojeras y nublados.
- ¿Tiene... algo... de comida...?- consiguió articular.
- ¡Estaba intentando hacerla cuando viniste a incordiar! -repuso, fuera de sus casillas, y cerró.
¡Ya apenas le iba a dar tiempo! Terminó con el turrón, sacó la vajilla nueva y colocó todo en su sitio. Estaba perfecto.
Entonces cayó en la cuenta de que no sabía cuándo iba a venir Jesucristo a su casa. Se sentó y esperó.
Pero llegaron las diez, las once, las doce... y nadie apareció en casa. "¿Acaso el ángel me habrá mentido?", se le ocurrió. En ese momento apareció, y ella aprovechó para preguntarle:
- ¿Dónde está Jesús? ¿No me habías dicho que vendría esta noche?
- Tres veces ha intentado entrar en tu casa y tu no se lo has permitido: como la mujer indigente, como los niños y como el anciano pobre. Has perdido la oportunidad de que nazca en tu casa esta Navidad.
- Esta Navidad, Jesús va a venir a cenar a vuestra casa -dijo, y desapareció.
Nada le dio tiempo a decir a la mujer que, emocionada ante la idea de ver sentado a su mesa a Nuestro Señor, se puso enseguida a hacer los preparativos. Compró manjares sabrosos y bebidas espumosas; salmón, carnes, frutas exóticas, champán, tartas, turrones y mazapanes; exquisitas viandas de lujo.
La esperada Nochebuena llegó, y la mujer se puso a cocinar toda la tarde para que todo quedase perfecto y tan especial invitado viese lo bien que lo esperaban. Se encontraba haciendo una deliciosa salsa para la carne, cuando llamaron al timbre de la casa. Dejó la cocina y fue a abrir. Se encontró con una mujer indigente, embarazada y envuelta en harapos.
-Déme algo de dinero... Por favor, no tengo medios, no tengo nada, por favor, por favor...- suplicó con un hilo de voz.
- Ahora mismo estoy ocupada, vaya a pedirle a otro- contestó molesta, con tono rudo.
Cuando volvió a la cocina, pensando en lo inoportuno de aquella interrupción, ya se había enfriado la salsa. Enfadada, continuó el trabajo hasta terminar con la carne. ¡Qué plato tan suculento! Se puso entonces a hacer la tarta de chocolate. Estaba amasando harina, huevos y azúcar cuando llamaron de nuevo a la puerta. De mala gana, se acercó de nuevo y se encontró con un grupo de niños que, con un cancionero en la mano, se disponían a entonar un villancico si ella no les hubiese cortado:
- Niños, no tengo tiempo para villancicos, ¡estoy muy ocupada!
Los niños, algo amedrentados, aún le pidieron el aguinaldo navideño. La señora, pensando en lo descarados que eran semejantes mocosos, les cerró la puerta, airada. ¿Es que iba a tener que perder más tiempo?
Habían llegado las ocho, y ya sólo faltaba cortar el turrón. Estaba poniendo sumo cuidado en cortarlos del mismo tamaño cuando volvió a sonar el timbre; sobresaltada, partió mal el trozo de turrón. La mujer estaba que echaba humo. Fue a zancadas a la puerta y abrió de sopetón, encontrándose a un anciano demacrado vestido con una camisa raída y unos pantalones rotos acurrucado en el suelo. Parecía un saco de huesos de lo delgado que estaba, y sus ojos, hundidos en las cuencas, estaban rodeados de unas gruesas ojeras y nublados.
- ¿Tiene... algo... de comida...?- consiguió articular.
- ¡Estaba intentando hacerla cuando viniste a incordiar! -repuso, fuera de sus casillas, y cerró.
¡Ya apenas le iba a dar tiempo! Terminó con el turrón, sacó la vajilla nueva y colocó todo en su sitio. Estaba perfecto.
Entonces cayó en la cuenta de que no sabía cuándo iba a venir Jesucristo a su casa. Se sentó y esperó.
Pero llegaron las diez, las once, las doce... y nadie apareció en casa. "¿Acaso el ángel me habrá mentido?", se le ocurrió. En ese momento apareció, y ella aprovechó para preguntarle:
- ¿Dónde está Jesús? ¿No me habías dicho que vendría esta noche?
- Tres veces ha intentado entrar en tu casa y tu no se lo has permitido: como la mujer indigente, como los niños y como el anciano pobre. Has perdido la oportunidad de que nazca en tu casa esta Navidad.
2 comentarios:
la verdad es que nosotros hacemos cosas que nos nos damos cuenta si herimos a alguien .... o por que esa otra persona es mas pobre o menos que uno no le brinda el apollo como lo hacemos con los demas.......
jesus nos dice que tubo hambre y no le dimos de comer, sed y no le dimos de beber, necesidad de ropa y no le dimo de vestir.. hermanos seamos dadores alegres.. DIOS bendice al dador alegre.. y si no damos acuerdence de las palabras de cristo , el dia del juicio el no las recordara, no valla ser que nos eche al infierno donde vendran el lloro y el crujir de dientes....
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