Una tarde el dueño de la empresa donde trabajaba me pidió el favor de
llevar a un visitante extranjero a su hotel, a la salida del trabajo.
Por supuesto accedí. La reunión se alargó más de lo previsto y cuando el visitante salió
había una cantidad impresionante de coches frente a nosotros. Tardaríamos
al menos una hora en llegar a su hotel.
Por dentro me quejé y le pregunté a Dios: “¿Por qué esto?”. La verdad, estaba un poco molesto. El visitante se montó en mi coche y vio una estampita de la Virgen que tenía cerca del volante.
- ¿Sabe? - me dijo -, yo estudié en un colegio católico.
- ¡Qué bien! - le dije.
- Y ya no creo en Dios - añadió cortante.
Era increíble. ¡En ese preciso instante comprendí! Ahora sabía por qué la hora y qué hacíamos en ese tranque vehicular. Aproveché ese tiempo tan valioso y le conté mis experiencias con Dios y lo bueno que era Él con todos nosotros.
No sé si en algo lo ayudé. No me correspondía saber. Sólo me tocaba sembrar la semilla. El resto le tocaría a Dios. Aprendí que Dios tiene sus motivos, que con el tiempo entenderemos.
Claudio de Castro
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