Siempre he visto en los sacerdotes a un segundo Jesús. Por eso, cuando me
confieso suelo decirme: "Escucha, Jesús te va a hablar".
Sé con certeza
que Jesús está en ellos y en ti. Por eso los sacerdotes significan tanto para
mí.
Por eso hay que amarlos y respetarlos.
Por eso hay que amarlos y respetarlos.
Hace algún tiempo te vi
oficiando la Misa y supe que eras un sacerdote diferente. Lo noté por el
particular cariño con que nombrabas a Jesús. Decías su nombre con tanta ternura:
"Jesús". Con cuánta delicadeza tomaste entre tus manos las especies para
consagrarlas. Elevaste la Hostia y la mantuviste elevada un tiempo que nos
pareció eterno. Un gran silencio inundó la Iglesia. Nadie se atrevió a
moverse siquiera. Era como si hubieses perdido la noción del tiempo. Jesús y tú…
Estabas absorto... Reaccionaste al rato y la Eucaristía continuó.
Salimos
conmovidos sabiendo que algo extraordinario había ocurrido, y que después de
esta experiencia, algo en nosotros había cambiado para siempre...
Volví a
verte a los años y me pareció que tu ilusión no era la misma. Supongo que
no es fácil ser un sacerdote. Todos necesitamos de cuando en cuando una voz de
aliento, alguien en quien confiar, a quien contarle nuestros problemas. Sabernos
escuchados. Y tú, aunque no lo ves, debes tener la fe suficiente como para tener
la certeza de que Jesús te acompaña y te cuida y te escucha.
A veces
parece tan callado Jesús... Un santo solía acercarse al sagrario, le daba unos
toques con la mano y le preguntaba:
-¿Estás ahlí?
Yo, por experiencia sé
que sí... Él está allí, pendiente como un hermano.
Tu Homilía también fue
diferente. No tenías la emoción que antes llenaba cada una de tus palabras. Por
eso te escribo. Quisiera pedirte que nos llenes nuevamente con ese fuego, esa
alegría que brota de ti. Esa esperanza.
Estamos sedientos de Dios.
Necesitamos que nos hables de Él. Que nos cuentes vivencias que podamos recordar
y que nos ayuden en nuestro camino hacia Dios. A Don Bosco le fueron muy
efectivas estas historias que luego todos recordaban y comentaban por
días.
Queremos que recuperes la ilusión, que te llenes de alegría y buen
ánimo. Te necesitamos. Créeme, a pesar de toda tu humanidad, tienes algo de
sagrado. Por eso las personas están siempre pendientes de los sacerdotes. Y tus
palabras nunca caen al olvido. Tienes un buen corazón. Nos traes a Jesús
todos los días y esto es algo que jamás podremos agradecerte lo suficiente. Nos escuchas cuando tenemos problemas, nos aconsejas, nos tiendes una mano
amiga... y nos ayudas a ser como Jesús quiere que seamos.
¡Gracias
amigo, por ser sacerdote!
Dios te bendiga.
Claudio de Castro
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