Querido
Dios:
Hoy salí temprano a caminar. A cada paso pensaba: "A veces andamos al borde del precipicio por ti,
Señor y a menudo no sabemos qué hacer.
Sólo caminamos y caminamos, pensando en tu Amor, tu presencia.
¿Qué quieres de nosotros?"
De pronto
nos sumerges en un mundo en el que no deseamos estar. Es un lugar oscuro, lleno
de dificultades. Parece que no hay amor,
ni esperanza a nuestro alrededor. Son situaciones a las que no hayamos salidas.
Cada vez que te lo digo, siento que me respondes: “Sigue caminando”.
No
imaginas la cantidad de personas que me cuentan sus problemas. Acuden a mí tal
vez por haber leído uno de mis libros. Viven rodeados de oscuridad. Suelo
impresionarme. Y me pregunto: “¿Por qué lo
permites? ¿Por qué ese sufrimiento?”
Hace muchos
años decidí dejar de cuestionarte y dedicarme a confiar. ¿Cómo podríamos
comprenderte nosotros que somos simples mortales? Pero la verdad es que no
siempre he podido quedarme tranquilo y confiar.
Hoy es uno
de esos días en que me llené de inquietudes.
Curiosamente mientras caminaba me pareció encontrar las respuestas.
Todas
estas personas, por estar sumergidas en sus problemas olvidaron algo
fundamental, lo que realmente son: “Hijos tuyos. Portadores de tu Amor.
Mensajeros de la Esperanza”. Es un sello que nunca perdermos.
Somos
pequeñas luces que colocas en estos terribles lugares, para iluminarlos. No nos
damos cuenta, acongojados por las dificultades.
Deseas que
te llevemos a los demás, que seamos tus brazos, tus pies, tu voz. Si tuviesemos
conciencia de lo que esperas de nosotros, todo sería más sencillo. Podríamos
perdonar y amar. Abrazar al necesitado. Tal vez necesitamos la certeza de un propósito
para acoger la esperanza y esparcirla por el mundo.
No sé para
qué te cuento estas cosas. De pronto hallé en mi Biblia la respuesta y terminé
de comprender:
“Vosotros sois la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un
monte? Nadie enciende una lámpara para
taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos
los que están en la casa. Haced, pues,
que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den
gloria a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5, 13-16).
Siempre
recuerdo aquella joven que una mañana se presentó a mi oficina para entregarme
su renuncia. “¿Alguien te ha tratado mal?”, le pregunté sorprendido. “Al contrario”, respondió, “todos han sido
muy buenos conmigo”. “Entonces, ¿por qué te marchas?”, le pregunté sin
entender.
Sonrió con
entusiasmo y dijo: “Es que voy tras un ideal. Quiero gastar mi vida en
algo grande, que realmente valga la pena”.
Años
después la encontré a la salida de Misa y le pregunté: “¿Valió la pena?” Estaba radiante y respondió emocionada: “Lo
haría mil veces más si volviese a nacer.
Siempre vale la pena vivir para Dios”.
La respuesta ahora es evidente. Debemos
ser la luz que ilumine a los demás. Mostrarles el camino para llevarlos
a ti.
Pero, somos
una vela débil, tenue, ¿cómo lograr que vuelva a brillar?
"Es muy
fácil: recupera la gracia. Ten
vida de oración. Haz buenas obras.
Vive en Mí... y Yo seré tu luz".
Testimonio de Claudio de Castro
1 comentario:
Pienso k nosoy. Lapersona indicada para desir esto pero al fundía Lo en tenderan se k lavida la vivimos una ves. Pero no lavivimos con fe y amor se q noscuesta ser amoroso t cariñosos pero dense el privilejio de esperimentarlo por k luego ay muchos arepentimientos k no los podrán pasar en sus vidas y Lo triste detodo es vivir con el sentimiento de no serlo yo no soy perfecto pero entiendo muchas cosas de lavida y kisiera espresar esto .R.H.G .............. Por siempre dios
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