—Señor, si sé que estás verdaderamente presente en cada Hostia consagrada, en
cada tabernáculo del mundo entero; entonces, ¿por qué no tengo paz?, ¿por qué no
puedo tener la tranquilidad al saber que Tú me cuidas? Sé que en cada momento
de mi vida estás conmigo, entonces, ¿por qué ando preocupado? ¿Por qué no
experimento la serenidad que proviene de Ti?, ¿por qué me siento tan mal?, ¿por
qué los problemas me agobian?, ¿por qué no ando seguro por el
mundo?
—Porque oras poco.
—Porque oras poco.
—Me he quedado sorprendido por esta respuesta, Señor.
—Hijo mío, ¿cuántas veces al día te invito a la oración y no haces caso? ¿Cuántas veces te alejas de mí con tus pensamientos y tus obras? ¿Cuántas veces tengo que darte la gracia, el deseo de buscarme, de estar conmigo? ¿Cuántas veces te sugiero que te acerques al Sacramento de la Reconciliación? Respóndeme, hijo mío: ¿Cuánto tiempo dedicas a la oración? Te llamo a ser santo y te conformas con la vida que llevas. Tal vez no te das cuenta, pero siempre estoy contigo, a pesar de tu poco interés en la vida interior. Has de saber que yo nunca me desanimo, siempre te estaré llamando. Conservo muy dentro de mi Sacratísimo Corazón, la ilusión de que cambies. Aún hay tiempo. Reacciona. Puedes lograrlo. Comprende que te amo, que lo eres todo para mí y que lo doy todo por ti.
Claudio de Castro
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