Cierto día salí del trabajo a mediodía y me encontré con que habían cortado algunas calles.
“Cuánto desearía una comida casera...”, pensé, aun sabiendo que no podría llegar a casa para el almuerzo, y regresé al trabajo. En el camino hallé una monjita franciscana, que esperaba un taxi.
Su convento quedaba justo detrás de mi trabajo y me ofrecí a llevarla. Gustosa aceptó. Me preguntó por mi familia y el trabajo. Le conté que iba a comprar comida rápida, porque las calles estaban cerradas y no podía llegar a casa.
“Cuánto desearía una comida casera...”, pensé, aun sabiendo que no podría llegar a casa para el almuerzo, y regresé al trabajo. En el camino hallé una monjita franciscana, que esperaba un taxi.
Su convento quedaba justo detrás de mi trabajo y me ofrecí a llevarla. Gustosa aceptó. Me preguntó por mi familia y el trabajo. Le conté que iba a comprar comida rápida, porque las calles estaban cerradas y no podía llegar a casa.
- ¿Y por qué no viene al convento y almuerza con nosotras? - me dijo con una amplia sonrisa
- ¿De verdad? - pregunté sorprendido
- Por supuesto - contestó
Y allí fui, rodeado de esas dulces monjitas, saboreando una deliciosa comida casera… ¡Justo lo que deseé! Pensé en la bondad de Dios que a todos nos consiente, le pidamos o no.
Claudio de Castro
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