Como cualquier madre, ella siempre se preocupó por su hijo y le quería con locura, pero él era un tanto diferente. Se portó mal, desobedeció y discutió ya desde pequeño. Luego creció y todo cuanto hacía llevaba la intención de molestar a su madre. Se juntó con malas compañías, empezó a frecuentar ambientes poco recomendables y entró en la droga; empezó a robar e incluso llegó a matar.
Así, pasaron los años, pero ella no podía dejar de quererle: era su madre. Él la golpeó y la maltrató, pero ella continuaba preocupándose por él.
Un día él se hartó y a mató. Llevó su cuerpo al monte y lo enterró. Se dio la velta para marcharse y tropezó con una enorme piedra, cayendo al suelo con arañazos y heridas. Entonces, desde la tierra surgió la voz de su madre diciendo suavemente: "¿Te has hecho daño, hijo mío?"
Así, pasaron los años, pero ella no podía dejar de quererle: era su madre. Él la golpeó y la maltrató, pero ella continuaba preocupándose por él.
Un día él se hartó y a mató. Llevó su cuerpo al monte y lo enterró. Se dio la velta para marcharse y tropezó con una enorme piedra, cayendo al suelo con arañazos y heridas. Entonces, desde la tierra surgió la voz de su madre diciendo suavemente: "¿Te has hecho daño, hijo mío?"
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